«Esa leyenda del silencio llamada Darío Luis» – Por Francisco Díaz de Azevedo

Por Francisco Díaz de Azevedo

Cayó la noche, se puso fría, se apagaron las luces, y el viejo estadio “Centenario” de Trebolense, se quedó en silencio. El arco que da a la cabecera del oeste, se quedó solo, solito. Se encendieron las luces, flameó la bandera y ahí, pasó la noche el “Pato”.

Su alma flotó por esa cancha que tanto lo vio jugar, ser feliz, entrenar y revolcarse con la pasión que sólo él le ponía a las cosas.

Durante un rato me senté en el banco de suplentes, en la inmensidad oscura, con ese rayo de luz celeste a unos metros de mí.

El “Negro” Carlos Cesar, caminaba alrededor del arco, acariciaba los postes, hacía su duelo. Nos abrazamos antes y después.

El “Chelo” Aresse no se movió de la cancha, desde las 5 de la tarde. Nos había paralizado la noticia, nos shockeó, nos bajó el día, la semana, el mes, el año.

Por la calle Corrientes empezaron a pasar los autos, los tripulantes se detenían uno a uno. En silencio, mucha gente se fue despidiendo.

Pocas palabras, mucha quietud. En medio de la oscuridad, nadie tenía muchas ganas de decir nada. Creo que era mejor así. Llegaron dos arqueritos, discípulos de Darío Luis de las tardes de entrenamiento. Hubo lágrimas. Pero también silencio.

El “Centenario” respiraba en letargo, como acariciando a su hijo, como acunándolo. Miré desde el banco en el que tantas veces se sentó el “Pato”. Miré al cielo y me cuestioné una vez más sobre si hay un Dios. Porqué sé que él está ahí, pero a veces, mi incapacidad terrenal de entender su voluntad, hace que me sumerja en un mar de dudas.

Hernán Manasseri, otro compañero de la cancha y de tardes de domingo, se paró al lado del área, miró el arco, la bandera. Lloró, como yo, como vos, como todos.

En el celu no me paraban los mensajes. Uno de ellas era el de Horacio Dominguez. La gran “Mona”, ese compañero de áreas que tenía el “Pato”. Estaba destrozado la “Mona”, como vos, como yo, como todos. Compartieron arcos y titularidad, nunca una rivalidad nociva. Ambos eran enormes, ambos, grandes seres humanos.

Cuando se hicieron casi las 9 de la noche, me fui, la ciudad estaba en silencio. Tenía ganas de escribir, pero no me salió una palabra. Lancé una maldición al cielo, me tiré en el sillón, miré un rato de tele y me fui a dormir. No lo logré.

Me retumbaba todo, sobre todo, las imágenes. El buzo anaranjado del “Pato”, tantos años con la “1” en la espalda. Trabajaba en silencio. Le tocó la peor época del “Cele”, cuando remábamos en dulce de leche repostero para sacar un punto, y el salvaba las goleadas. Estuvo cerca de levantar la copa en el 92´y en el 88 fue campeón junto al “Nani” Baquín en el arco. Pero siempre en silencio.

Nunca se quejó. Nunca protestó. Nunca maldijo. Entrenaba mucho y en silencio. Trabajaba en silencio y el silencio era su mejor aliado.

“Te acordás si alguien alguna vez lo puteó en la cancha?”, le pregunté a Carlos Cesar mientras pasábamos la noche en el banco de suplentes. “No! Nos putearon mil arqueros, al “Pato” nadie”, me dijo el “Negro”.

El “Pato” era así, y por eso no me resigno. Igual, nunca encontré la frase para definirlo, hasta que, de madrugada, fue Fabián Cesar, quien lo describió de la mejor manera: “De chiquito, yo jugaba a la pelota con mis amigos en la calle, y todos soñaban con ser Comizzo, Pumpido u otro gran arquero. Yo soñaba con ser el “Pato” Pietrani”.

Ahí entendí muchas cosas, sobre todo, el camino que marcó en la humildad, en la hombría de bien, en el ejemplo como hijo, hermano, padre, abuelo, compañero, amigo y futbolista. El “Pato” es un héroe del silencio, que inspiraba a los pibes, es de los que construyen con la boca cerrada y el sacrificio como bandera. El “Pato” es y será, una sonrisa dibujada en cualquier rincón del club, en el patio de su casa, en la EPE, o de la mano de Verónica.

Entonces, en medio de la angustia, entendí finalmente que mi consuelo y el de muchos, está en la eternidad.

El “Pato” ya dejó de ser ese pibe terrenal, y pasó al salón de los eternos, de los que crean amor en silencio, de los que surcarán el cielo de tanto en tanto, de los que dejaron un mensaje muy claro en los años que le tocó pisar esta tierra.

El “Pato” ya es una leyenda.

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